Hernando F. Calleja
La nómina de bandidos generosos es larga y desparramada por todos los territorios de España. Los folletines, la literatura del cordel, los romances, las zarzuelas y luego las películas y las series de televisión, han hecho todo lo posible por vindicar a los asaltantes de los caminos que repartían una parte del fruto de sus fechorías a los pobres, generalmente parientes desgraciados que, acostumbrados a las migajas del pillaje, no hacían otra cosa que esperar a que el pariente recalara por la aldea repartiendo monedillas y baratijas, la quincalla del botín.
Diego Corriente “Corrientes”, Joan Sala i Ferrer “Serrallonga”, Diego Padilla “Juan Palomo”, José María Hinojosa “El Tempranillo”, Francisco de Paula José Ríos González “El Pernales”, Luis Candela Rigada “Luis Candelas” son algunos de aquellos recaudadores del pueblo y para el pueblo. En las efemérides de los siglos XVII, XVIII y XIX y XX, no aparecen nombres de bandidos generosos que procedieran de los gobiernos municipales, provinciales o nacionales, aunque haberlos con méritos bastantes, los hubo. En el siglo XXI no dejará de haberlos, pero, gracias a la magnanimidad de nuestro Gobierno, ya no serán ni bandidos ni generosos. Serán prebostes solidarios, de esos que esdrujulizan su idea del reparto del botín llamándolo sólidaridad, como recordaba Alex Grijelmo.
En una superación histórica de los viejos Robin Hood a la española, ahora lo que se lleva es la expropiación del éxito, venga éste de la suerte en el sorteo de la primitiva, venga del esfuerzo y la entrega personales, venga como retorno del riesgo de una buena inversión, venga, en fin, de donde venga. El éxito, cualquier éxito, es sospechoso si lleva la coletilla de económico. Sea el premio Nobel o la canción del verano; sea el bombo de barquillos del Rastro o una cartilla de ahorro exhausta, sean unas acciones que te dejó una tía lejana o tu magro salario de profesor universitario. Y la cumbre de lo expropiable, moral y económicamente, los aborrecibles beneficios empresariales.
A ello dedican sus mejores esfuerzos no sólo la ministra de Hacienda, que va de soi, sino varios miembros más del Ejecutivo. La V1 (vicepresidenta primera) persiguiendo con saña la gestión interna de las empresas, con nada menos que un Observatorio de Márgenes Empresariales, naturalmente gubernamental, que acaba de publicar su primer informe. Menos mal que la razón se impone a los deseos de la V1 y lo que revela el papel es que los mayores márgenes los obtienen los sectores más intervenidos por la Administración. Sin comentarios.
Otra vicepresidenta, esta vez la V2, propone en la campaña electoral que haya un impuesto a los ricos con el que sufragar la distribución de 20.000 euros como regalo por cumplir 18 años. Con eso, dice, se consigue igualdad de oportunidades. (Digo yo que esa igualdad será ante las cajas de Zara o de cualquier tienda de videojuegos). La V2 es otra que entiende la sólidaridad con fondos que no son suyos. Así cualquiera gana el cielo.
Y para no agotarles, sólo añadiré a esta nómina de generosos burócratas otro inefable dispensador de sólidaridad por cuenta ajena, que dirige un ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones y que se felicita ante su jefe y entrevistador del programa televisivo de haber ingresado en el fondo de garantía de las pensiones unos cientos de millones que, por supuesto, previamente se los ha sacado manu militari a los empresarios mediante una elevación superlativa de las cuotas sociales. Solidario, faltaría más.
¿Saben qué les digo? Que casi me inclino más por los bandidos generosos. Arriesgaban lo suyo, con frecuencia la vida, para repartir cuartos al pueblo.
La expropiación del éxito