Hernando F. Calleja.
La coyuntura electoral por la que inevitablemente transitamos llena la actualidad de pequeñas y grandes miserias que acaso entretienen a la gente, pero no resuelven nada. Nos llenan el día de sucesos intrascendentes que no sé si hacen el país más divertido, pero desde luego no mejor.
La encrucijada electoral se presenta de una manera desalentadora. Los electores se ven en la necesidad de elegir entre un Gobierno que merece marcharse y una oposición que no merece llegar. No sé si lo puedo decir más claro.
No creo que haga falta justificar por qué creo que el Gobierno como tal y los partidos que, a su manera, lo sustentan, merezcan seguir. Basta releer (aunque hace falta tiempo, ganas y hasta estómago) bastantes de los artículos publicados por un servidor a lo largo de los últimos años. Aunque la mayoría los he dedicado a los desatinos económicos, he publicado algunos de otro carácter más políticos que acreditan que el Ejecutivo merecen un severo reproche.
A la desgracia de un mal Gobierno debería corresponder la esperanza de una oposición seriamente organizada y sesudamente formada. Pero hay que decir que no tenemos esa suerte, por desolador que suene. El principal partido de la oposición, el Partido Popular, no ha hecho los deberes durante su periodo de ayuno de gestión. Más bien al contrario. En vez de buscar la mayor cohesión, ofrece una variopinta paleta que va del populismo castizo de la señora Díaz Ayuso al conservadurismo torpe del señor Fernández Mañueco; del tibio nacionalismo de balcón del señor Moreno Bonilla al zigzagueo ideológico del señor Núñez Feijoo.
La posición real en el espectro ideológico del Partido Popular es difícil de desentrañar. Necesita dar oxígeno a su discurso para evitar la confusión total con Vox, pero no es capaz de articular las diferencias. El PP está en manos de los conservadores más recalcitrantes de su militancia, de la misma manera que el PSOE está en manos del gauchismo de nómina y tente tieso. Y si de estrategia política hablamos, ambos partidos mayoritarios se han dejado engañar, han enajenado las tendencias centristas que les garantizaban, por turno, mayorías razonablemente estables para abandonarse en el ejercicio muelle del poder a cualquier precio.
La delectación en el poder (y ser oposición institucionalizada es formar parte del poder) hace que los extremismos, que no descansan, sean contumaces en su deseo de destrucción de nuestro acervo democrático, de nuestra cultura política. Del consenso, del reformismo.
Admito que suena pesimista, pero también les digo que sólo PSOE y PP, tanto monta, pueden hacer lo que hace falta, un intenso proceso de regeneración política, institucional y administrativa que nos devuelva a la senda del progreso y la libertad.
El Gobierno merece marcharse y la oposición no merece llegar