Hernando F. Calleja.
El presidente del Gobierno parece que cifra su permanencia en el poder en una fulgurante presidencia semestral de la Unión Europea. De hecho, sus viajes continuos indican que es una de las claves que con más insistencia toca. Tanto que cuestiones importantes como las maniobras anunciadas por el presidente de la Generalitat para ponerle en la tesitura de aceptar o despreciar un referéndum en Cataluña, apenas han merecido un comentario por su parte.
Sin embargo, y en contra de lo que el señor Sánchez cree, puede que la tal presidencia no sólo no le vaya a beneficiar, sino que puede volverse contra sus intereses. Ya me he referido aquí al eco que van teniendo (no sólo en España) los pleitos por impago del Estado español de las indemnizaciones que casi sistemáticamente van fijando las instancias internacionales de arbitraje a favor de los inversores que vieron modificadas de buenas a primeras las condiciones que se habían establecido para aquellos que participaron con sus fondos en la promoción de las energías fotovoltaicas en nuestro país.
Las modificaciones recurridas las realizó el gobierno de Mariano Rajoy, pero sus consecuencias jurídicas alcanzan al Estado hoy. Y lo que los fondos internacionales comprueban es que el Estado español es mal perdedor y mal pagador. Una imagen financiera difícil de borrar y que tiene su origen en otra falla a la que nos tienen abonados, la inseguridad jurídica. España ha creado figuras impositivas sobrevenidas que llevan nombres y razones sociales en su enunciado. Me refiero a los impuestos a la carta a la banca y a las eléctricas. Y, por supuesto, el impuesto a los ricos, caricaturizados y escarnecidos hasta la grosería.
Otra manipulación, con alcance negativo en Europa, es la interpretación que se ha hecho circular de una intervención de la presidenta del BCE, la señora Lagarde, a la que se ha atribuido inmerecidamente el argumento de que son los beneficios empresariales los que están manteniendo elevada la inflación. La explicación de la presidenta del BCE fue mucho más compleja, mejor argumentada y mucho menos simplista de lo que algunos han pretendido colar en la opinión pública. El catedrático Francisco Cabrillo ha desmontado esta especie, como siempre, con conocimiento y paciencia docente.
El espectáculo del Gobierno estos días tratando de oponerse a la absorción de Ferrovial por su filial internacional, que implica que la residencia del Grupo se traslade a los Países Bajos, es un ejemplo más de lo que este Gobierno desprecia a los inversores internacionales. Decir desde el Ejecutivo que los accionistas carecían de información sobre el alcance que para ellos tiene este paso es, por decirlo de manera suave, de mal gusto. En el accionariado de Ferrovial están presentes varios fondos de rango mundial que conocían a la perfección el alcance de la medida adoptada el jueves por la empresa que preside Rafael del Pino y la han respaldado. El mercado ha dado la respuesta al Ejecutivo. Por algo será.
No deja de ser curioso este argumento de la carencia de suficiente información cuando, por remitirnos a algo tan inmediato, la opinión pública española (y el Parlamento Europeo) se mueven en una nebulosa sobre el destino de los fondos europeos cuya tercera remesa ya está aquí.
Con estas credenciales de intervencionista, de mal pagador y de hostigador de los empresarios, el señor Sánchez se sube a la carroza dorada de Europa.
Malas credenciales para la presidencia europea